jueves, 1 de octubre de 2009

Revista Nº 3 - CLUB DE POETAS DEL SUDESTE CORDOBÉS




EL VIENTO

El amor desenfadado
cruza sendas sin destinos
para así poder llegar
a ese encuentro tan querido.
El alma tiembla en un hilo
y su silencio es un grito,
que escapa en el horizonte
descontrolado y sin sentido.
El viento perdió su norte
y acomete enfurecido.
La brújula fuera de cauce
quiere calmar el desatino.
Un vientecillo callado
enciende leños dormidos,
la seducción es un mito
que despierta y se revela,
el resplandor persistente
los ve: abrazados en la arena.

Ines Elena Goyenechea

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UN BAR VACÍO A LA MADRUGADA

Todo en su lugar
nadie quiere comenzar
ahora que ya no están,
si quieres vamos a bailar
con el balde de tambor
y la escoba de guitarra,
con el ambiente bien cargado
y olores a cerrado.
Cambiemos nuestras caras
hoy vengo hablar por vuestras bocas
los silenciosos labios derramados
y habladme toda esta larga noche
hasta que vuelva a su lugar
lo que es amado.
Que las sillas para arriba
son las velas,
los manteles arrugados los ancianos
y los mozos con su cara de cansados
son ahora los marcianos.
Y ya empieza el sonido de aquel balde
y el rasguido de la escoba que danzaba.
Esta noche misteriosa no pensada
con el agua que corría y que llevaba
los días de la luz deshilachada.

Norma Ereza-Monte Buey


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SI LO VIERAS VIEJO

Si lo vieras viejo
jugar en el banco
que me regalaste
hace tanto tiempo.

Aquel que hicieras
con tus propias manos
con mucha paciencia
y con sentimientos.

Se que fue tu forma
de brindarme afecto
al sentir que pronto
te irías lejos.

De dejarme algo
de quedarte un poco
y entre esas maderas
ser un buen recuerdo.

Pasaron los años
de llorar tu ausencia
la vida me ha dado
quizás por consuelo.

El hijo varón
que no conociste
pero al que he de hablarle
de quien fue su abuelo.

Hoy lo vi. jugando
sobre el banco tuyo
y una emoción muy grande
me ganó por dentro.

Y soñé con algo
que sabe a imposible
algo que es tan solo
un bello deseo.

Como estas palabras
brotadas de mi alma
que dije al mirarlo
¡Si lo vieras viejo!

Jose luis Alarcon-Justiniano Posse

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LA MUERTE DEL COMANDANTE
(Cuento)

El continuo arrebato de hacienda de mano de los indios y bandoleros, no había hecho excepción a los bueyes de Rufino Aragón. Con gran esfuerzo, pudo conseguir una yunta en “Fraile el Muerto”, y en esa tarde otoñal, se dispuso a labrar la tierra para la siembra del trigo. Por momentos asomaba el sol entre los “cirros, y cuando ello no ocurría, el frío viento del Norte, calaba hasta los huesos. Muy satisfecho con la mansedumbre y obediencia de las bestias, decidió darles un descanso.
Eran cerca de las tres de la tarde, cuando haciendo visera con la mano –eso era común entre los vecinos; pues “ellos...” podían estar en cualquier parte y momento– divisa a un jinete que se detiene en una laguna al sur de la aldea.
Dejó el arado atado a sus “yuntas”, y marchó de prisa a la casa de su vecino y amigo Faustino Almirón. Muñido de lanzas, espadas y pistolas; emprendieron la marcha. Las buenas cabalgaduras que poseían, los llevó a recorrer en menos de lo esperado los casi tres “cuadrados” al lugar donde habían visto desaparecer al jinete –tal vez un indio espía–; pero nadie estaba ahí. Avanzaron un poco más, y vieron a dos aborígenes. En las proximidades de campo “La Ornalla”; divisaron un número mayor.
No había duda; estaban esperando órdenes para llevar adelante un ataque.
-¡No me gusta nada esto Rufino!
-A mí tampoco – ¿Se te ocurre algo Faustino?
-¡Sí!, mientras yo lo distraigo –ya que tenés un caballo más rápido– vete al pueblo a preparar la defensa; ¿De acuerdo?
-Si Faustino; ¡Cuídate!
El “comandante” lo espoleó furioso y emprendió el regreso. Pero pronto se oyó un silbido y un golpe seco. Era una “bola perdida” que impactó en su cabeza. Faustino que se arrepintió del plan y decidió seguirlo –manteniendo una distancia prudencial– descargó las balas de su pistola entre las malezas que creía moverse. Seguramente la indignación y la impotencia lo llevaron a malgastar pólvora. El supuesto indio no estaba allí; pero al menos lo amedrentó.
No había nada que hacer: ¡Rufino estaba muerto! Sin perder la calma lo cargó en su caballo, y llevándolo de tiro emprendió el regreso.

Tras la desesperada llegada de Almirón con la triste noticia; se dispusieron a organizar la defensa. Mientras ello ocurría, un jinete que arribó a toda prisa ocultándose entre los montecillos de espinillos y venía de campo “La Ornalla”, exclamó agitado. ¡No ha quedado nadie a salvo allá! ¡Buscan a una dama Inglesa!
-¿No será esa bella mujerzuela que arribó unos días atrás? –comentó alguien entre la muchedumbre.
-¡Sí, es ella! –enfatizó el mensajero cuando le describieron sus rasgos– ¡Entréguenla ante que avance la “horda de la muerte”!. Se los aseguro ¡Cumplan!; pues tiene vinculaciones con caciques y bandoleros. De ellos escapan. Dicen... allá en los Buenos Ayres, que se alzó con un botín que no les pertenece –sentenció “Ponciano Gauna” antes de retomar la senda que lo llevaría al “Saladillo”con su mensajería.

Cuando “Faustino Almirón desde las almenas de la terraza de la comandancia arengaba a su gente; un “idiota” –de esos que nunca han faltado ni faltarán – irrumpió diciendo: ¡Lo hace de maravilla!
Todos conocían su estado emocional, cuando satisfacía los deseo de la carne .Y no fue difícil sacar conclusión.
“No era para menos –si así lo fue– para alguien que sofocaba su “ero”con mestizas de vida fácil que ocasionalmente pasaban por la aldea. Ahora a cambio de refugio y silencio; tenía a su merced, a una “diosa” jamás imaginada. De piel rosada, rubia y de ojos claro. Como algunas de las que solían descender de los carruajes, mientras cambiaban cabalgaduras. Totalmente cubierta de tules y lienzos, para proteger su belleza en el inhóspito camino.”
-La tiene él. ¡Te juego lo que quieras!
-No me juegues nada –musitó en voz baja Rosendo Sosa a su amigo –mejor ¡Vámonos! Y actuemos por cuenta propia –añadió. Yo... ya me voy. Disimula un poco y nos encontramos... ¡Ya sabés donde!

Una vez en el rancho, escudriñaron los pocos escondijos pero... ¡Nada!
-Mira Rosendo lo que encontré. ¡La entrada al refugio!
Al levantar la pesada compuerta y luego descender; se encontraron con el túnel.
-No pensaba que este “idiota” tuviera acceso a él –exclamó preocupado Rosendo– ¡Esto se complica!
-Y... ¿Dónde pensás que puede estar?
-En cualquier parte de estos laberintos Bonifacio, y no hay tiempo que perder.

Al rato, un chiquillo vociferó con entusiasmo – ¡Ahí vienen jefe!
-¡No lo puedo creer que lo hayan conseguido! Y deshacerse de tal codiciada presa –exclamó con euforia Faustino que ya se había enterado del plan concebido. Solo les preocupaba el yeguarizo que a cambio perdería.
En el más brioso de los corceles iba ella sola. Elegantemente ataviada y con un vestido escarlata de profundo escote, ajustado a su espalda por cordeles. La vaporosa cabellera rubia, descendía hasta su cintura como si fuese una cascada de mieses. Detrás... con látigo en mano y a corta distancia, iba Rosendo y su amigo.
Cuando llegaron frente a la comandancia, hizo corcovar a su caballo, y luego girar sobre si mismo; mientras presurosa desataba el cordón que sujetaba el “corsé” a su busto.
-¡bien que lo gozaron corruptos! –gritó ahora con la pechera baja y sus senos desbordando por encima del ceñidor.
Ante tal aluvión de blasfemias todos enmudecieron. Las mujeres allí presente se sonrojaron y se sintieron humilladas. Apoyaban la cara de los niños contra sus faldas, para que no vieran; y con sus manos le tapaban el oído para que no sintieran.
Rosendo –harto de oírla– fustigó a su caballo de un latigazo haciéndolo huir a campo abierto.
-¡Tengan cuidado! –recomendó Faustino; a Don Sosa y su amigo Bonifacio que la custodiaría hasta la cercanía de las huestes salvaje o de algún “bombero”.
-¡Pierda cuidado! –exclamaron a coro.

Cuando estaban de regreso y a pocas cuadras del fuerte, dejaron de galopar y desandaron el trecho que les quedaba al paso. El sol ya estaba tocando el horizonte entres hilachentas nubes.
-Según oí Rosendo, ella llevaba un botín que no le pertenecía.
No le contestó; pero con un gesto amenazador le dio a entender que debía callar.
-Lo siento pero seguiremos en problemas –le advirtió sin amedrentarse; pero Rosendo no contestó.
-¡Muy bien hecho! –gritó Faustino al verlos sano y a salvo, tras apartar sus ojos del “anteojo de campaña” – ¡Llegó a destino y ahora emprenden la retirada!
-Deja tu pesimismo de lado Bonifacio – ¡Lo hemos logrado!
-Yo no estaría tan seguro compadre. No creo que sacrificaría su vida por nosotros. Tarde o temprano volverá por lo suyo –le respondió mientras ataban sus caballos al palenque.
Todos respiraron aliviado ante este logro; pero no hubo motivo para festejar. El Comandante Rufino Aragón estaba muerto y todos se dirigieron a la iglesia donde se llevaría a cabo el velatorio.
Al día siguiente momentos ante de la sepultura, tres niños –que desobedeciendo a sus padres fueron al lugar donde cayó el comandante– traía consigo una faca con las iniciales (R.A) forjada en su mango. También una bola de piedra ranurada con un tiento como asadera. La encontraron a metros de la cuchilla, y no había duda que ese instrumento del mal se llevó su vida. Por un instante pasó de mano en mano, hasta que alguien ya harto, la arrojó a los pastizales linderos.
Uno de esos tres niños –pariente del difunto– la volvió a encontrar, y envolviéndola en un lienzo la escondió como recuerdo.
Sería el testimonio de su presente, para las generaciones que un día vendrán.
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Cada vez que la veo –a esa “bola arrojadiza” –en la vitrina del “Museo de la Cruz Alta”; siento impotencia y un escalofrío deslizándose por mi cuerpo. Y en mi mente se entretejen historias que amalgaman: fantasía y realidad.
Sergio Bravi-Cruz alta -Cba

Editado en: TERRENO LITERARIO –Antología perteneciente a Editorial de los Cuatro Vientos

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EL PEDAL
Homenaje póstumo

No quería mirar la hora. Calculaba que ya sería como la una de la mañana. A esa hora, todas las noches, el dolor en la espalda se hacía más fuerte. Miró la pila de prendas a coser que estaba a su derecha y decidió seguir un poco más.
Tenía... no importa cuántos años. Eran años todavía jóvenes. Años de disfrutar de la vida. Años de disfrutar de los hijos, de disfrutar del ocio, de disfrutar del amor. Pero para ella, los hijos eran una responsabilidad, los amaba y se deshacía (literalmente) por ellos. El ocio era algo que no existía en su turbulenta cotidianeidad. Y el amor... El amor palpitaba furioso, joven, apasionado en su pecho pero no lo disfrutaba porque su hombre no estaba a su lado.
Cortó el hilo, puso la prenda terminada en la pila de la izquierda y tomó de la pila de la derecha la siguiente. Hoy eran pantaloncitos de fútbol; podían ser camisas, remeras, camisones... para ella siempre era lo mismo: la pila de lo por hacer a la derecha, la pila de lo hecho a la izquierda; la máquina en el medio y ella, una con la máquina, impulsando el pedal para que la máquina funcionara.
Ella no lo sabía. Nunca siquiera lo pensó. En realidad no era ella la que, con un suave y enérgico movimiento de su pié, movía el pedal de la máquina. Ese pedal rectangular, grande (¿para qué tan grande?) que por medio de una varilla de metal movía una rueda que, a su vez –correa mediante-, movía la máquina, ese pedal era el que la movilizaba a ella. Ese pedal que en su vaivén había despertado la curiosidad de su hijo hace unos años cuando se aproximaba gateando y se quedaba largo rato mirando, hipnotizado, al pedal subir y bajar en un recorrido corto, reiterado.
Nunca lo pensó. En realidad era el pedal el que la hacía vivir a ella. En ese pedal estaban todas sus fuerzas, todas sus pasiones, todos sus deseos, todos sus amores. Y en ese pedal, en ese pedalear, cada día recuperaba su vida y la reconstruía.
Con su píe derecho sobre el pedal ella podía pensar. En esas largas noches –“Yo coso siempre a la noche”, decía- que comenzaban cuando la tarde era todavía temprana y terminaban cuando la madrugada ya había avanzado sobre el nuevo día, en esas largas noches ella planificaba su vida. Había cosido tanto, cobraría tanto, podría comprar tal o cual cosa. Mañana iría a la escuela a hablar con la maestra por el cuaderno de su hija. Un pensamiento para su hombre, para su amor. Ella lo esperaba todos los días. No es que estuviese dispuesta a perdonarlo. Estaba convencida que no había nada que perdonarle porque todo era culpa de “esa yegua” que se lo había robado; sabía que él volvería y que –entonces- sería feliz. Entonces viviría y moriría feliz. Mientras tanto el pedal seguía subiendo y bajando. Nunca se sabrá si el pedal marchaba al compás de sus pensamientos o si sus pensamientos eran producidos por el pedal subiendo y bajando.
Tenía... no importa cuántos años. A cualquier edad tener la vida atada a una máquina de coser, atada al vaivén cortito y rápido del pedal de una máquina de coser, desgasta, deshace. Sus ojos, claros y limpios, mostraban su cansancio. Sus ojos, claros y limpios, confesaban toda su bondad. Sus ojos, claros y limpios, gritaban su fuerza. No se rendiría: mientras pudiese apretar el pedal de la máquina de coser cuidaría y amaría a sus hijos y esperaría a su amor. ¿Qué otra cosa podría haber en la vida?
Ahora debían ser como las dos y media de la madrugada porque el dolor de espaldas era insoportable. Entonces el pedal de la máquina de coser le da permiso y se va a descansar. Se levanta lentamente de la silla. Camina agachada, como si no pudiese modificar la postura que adopta sobre la máquina de coser.
Si se presta suficiente atención, se puede ver que su píe derecho continúa realizando un casi imperceptible movimiento de vaivén. Para ella hay una sola manera de poner en funcionamiento una máquina –aunque sea la máquina de la vida-: presionando el pedal.

Eduardo Capellaci-capitan Bermudez-Sta Fe

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LA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Todo era un caos. Salí de trabajar tan rápido que ni siquiera me percaté de esa llovizna mansa y muda que caía sobre las cosas, humedeciéndolas en su silencio, pero haciéndose notar altanera y obsecuente.
Estaba tan apurado que no me molestaba como otras veces que los vidrios de los lentes se empañaran por el calor que despedían mis ojos contrastando con el frío irrespetuoso del aire que quemaba los pómulos y me hacía lagrimear desencadenando un llanto quedo y sin motivo.
Cuando por fin me percaté de mi apuro innecesario, mis pasos comenzaron a aminorar ese ritmo avasallante que no sabía cómo explicar, pero que sólo respondía a un presentimiento interno difícil de descifrar.
Era un fuerza interior mezcla de miedo, de ansiedad, de incertidumbre lo que me llevaba a apurar el paso y querer llegar urgente a mi casa… o mejor dicho…a “esa” casa donde iba todas las tardes cuando salía de trabajar.
Llegué un rato antes de lo acostumbrado, mis manos temblorosas no podían conciliar la llave con la cerradura, hasta que por último la monotonía de la rutina pudo más y abrí la puerta.
Todo el interior era oscuro, tenebroso, grotesco, frío. Recorrí la estancia más por costumbre que por saber por dónde estaba caminando, pero llegué a la otra punta. De lejos ya presentí el sillón de hamaca y casi de un salto me desplomé sobre él.
Comencé a hamacarme rítmicamente, pero con un ritmo suave, cadencioso, mi cuerpo comenzó a relajarse, mis oídos se fueron cerrando a los ruidos externos para comenzar a oír los sonidos del silencio que me rodeaba.
Debía seguir esperando, tal como decía la nota que me dejaran en la oficina ya hacía quince días. Estaba cumpliendo estrictamente con todo lo exigido en ella.
Desde ese tiempo que venía todas las tardes al salir de trabajar, me sentaba al oscuro en el sillón de hamaca y esperaba. Y así se fueron sucediendo los días, pero hoy no, hoy era el día marcado como el día final, pero, ¿cuál sería ese final?… aún no lo sabía.
Como tampoco sabía quién me había dejado el recado, pero sí había notado que me seguían, que constataban si cumplía o no con lo exigido, y por supuesto que lo hacía, pues temía que de no hacerlo algo malo le pasaría a mi familia o a mí.
A veces sentía como que me estaban tocando, notaba el calor de otras manos sobre mi cuerpo, pero no alcanzaba a distinguir a nadie. Incluso llegué a pensar que mis neuronas no estaban funcionando como debiera ser.
En todos esos días que estuve sentado en la penumbra, mi mente casi adormecida, hacía una introspección de toda mi vida y de todos los momentos buenos y malos que había vivido.
Hacía tanto que no pensaba que me costó muchísimo concentrarme y reflexionar, pero por fin lo había logrado, ahora era un recurso que aprovechaba al máximo para ir viendo cómo mi interior y mis sentimientos habían ido evolucionando algunos, e involucionando otros con el transcurso de los años.
Realmente me asombró, asustó y asqueó ver que la involución casi había superado a la evolución, pues había pecado muchísimas veces de soberbia, de orgullo, de indiferencia, de autosuficiencia, y de muchas actitudes que no condecían con la forma en la que mis padres me habían criado.
Esto que notaba en mí era el fruto de haber vivido sin meditar y sin pensar en otra cosa que no fuera en mí mismo y realmente no me gustó.
Estaba pensando todo eso cuando mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, descubrieron un papel sobre la chimenea. Corrí hacia él. Mis manos nerviosas no lograban abrirlo. Cuando por fin pude hacerlo, en su interior había una hoja donde decía…”Si te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño”, quedé más desconcertado aún. ¿Qué significaban esas palabras?, ¿quién las había escrito?, ¿quién las había dejado ahí?, ¿qué debía hacer ahora?, y lo peor de todo es que me resultaban conocidas, pero no lograba darme cuenta cuándo las había leído anteriormente ni quién las había escrito.
La cabeza me dolía de tanto pensar.
De pronto, reflejos luminosos molestaban mis ojos…¿de dónde venía esa luz tan intensa?, ¿qué eran esos susurros?...¿por qué no podía moverme?
Y así estaba, parecía que un hierro atenazaba mi espalda sintiendo cómo dolía cada centímetro de ella, que esa inamovilidad era real. Quería moverme pero no lograba hacerlo, traté de agitar los brazos pero los sentí atados cual marioneta a sus hilos.
Mi dolor y desesperación iban en aumento cuando de pronto una voz relajada y tranquilizadora que no sabía de dónde venía, comenzó a entrar por mis oídos y a llegar suavemente a mi cerebro.
Una mano se posó en la mía mientras comencé a oír que me decía…”tranquilo amigo, tranquilo,… ya pasó, ya pudimos operarlo, sólo nos queda esperar que los minutos corran pero le aseguro que estarán a su favor, la operación fue un éxito.
_ Lo que lo mantuvo vivo en estos quince días que estuvo en coma_ prosiguió, fue la fuerza de voluntad que puso en forma inconciente para nosotros pero bien conciente para usted. No es fácil revertir una situación como la suya, pero lo logró, sólo quedará entonces ir recuperándose”.
Ahora entendí porqué no debí dejarme vencer en el “invierno” de mi existencia , y era porque luego llegaría inevitablemente la primavera… y la vida me aportaría momentos para poder disfrutarlos de acuerdo a la estación que se me presentara y de acuerdo a esta nueva forma de verla, sentirla y vivirla.
Porque aprendí que no existe el futuro, pues el futuro que decía ayer ya dejó de serlo para ser el hoy, y éste en cualquier momento se me puede dar o quitar , sin protocolos ni preámbulos, sin permisos ni concesiones.
Los ojos me pesaban y se me iban cerrando sin poder evitarlo.
La camilla recorría suavemente el camino hacia “esa casa” que desde hacía quince días la había tomado como mía, pero que hoy había dejado de serlo para pasar a ser en ella una mera visita que espera mansa pero impacientemente poder volver a “su” casa, habiendo entendido “que el único trecho que da el adelante es aquel que cubre nuestro pie extendido”.
Ya mis ojos se cerraron por completo, pero mi mente seguía funcionando biológicamente, a sabiendas de que la vida me había dado una segunda oportunidad y que debería aprovecharla en este juego cruel e interminable de vivir y evolucionar.

Zaidena-Elortondo-Sta Fe


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EXILIOS

Así lo encontré.
Con sus cruces sin dios y esa ligera sonrisa de los muertos recién muertos…
Así lo habían dejado.
Con sus libros protestando de brisas, con sus miedos heroicos en la tibieza del día, con el silencio fortuito de la nada pendular.
Sin nombres. Sin certezas de cartón. Sin preludios inútiles. Apenas con el chasquido mugroso que sorprendió a los ausentes (esperaban el tableteo, eso es seguro)
Es Argentina, señores. Club de ladradores en los fines del mundo. Esqueleto servil en tiempos-fusiles. Usted ya intuye…
Me presento. Soy ese tipo que late caminos, que muda de rostros en horizontes y grillos, que es nadie, que aún respira…
Lo encontré de casualidad en el hambre sin sombras de un día cualquiera.
Me acerqué sin temores, sin murmullos de ocasión. Nunca he sido bueno en los inicios.
A pocos pasos detuve mi huella. Lo dicho: dormía de vida su sangre en el lodo.
Lo miré, como entendiendo….
Maestro, me dije. O poeta. No-importa. Apenas son oficios terrestres.
Todo es igual. Como en otros baldíos. Como en otras mañanas de este rito desganado. No debería sorprenderme. Pero me quedo observando su puño. Ese puño que sospecho gigante, que conserva la solemnidad del vuelo final, que desnuda los vientos en olvidos eternos.
Me quedo un instante más. Sé que nada haré, pero aún así…
Un relámpago de trinos me despierta de allí. Vuelvo al camino, cobarde, un poquito menos yo.
Diré que no lloro. Me digo, nomás. Suspiro.
Tal vez alguna muerte se apiade de mí…..

Daniel Castrillo-leones


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NUNCA SOÑÉ


Nunca soñé con tres ojos que me escrutaran desde un pescuezo de jirafa. Que me escrutaran no sin dejar de entornarse alguno, alternativamente. Tres ojos y no tres pares de ojos de diferentes tonalidades. Tres ojos oscuros idénticos. Y que se posaran sobre mí sin benevolencia ni animosidad. Desde un pescuezo inconfundible, irreprochable. Desde una jirafa de la que pudieran pender arañas plateadas, moribundas, o exhaustas. Pendiendo como sólo penden lo esencial y lo sutil. Lo sutil exhausto, lo esencial moribundo. No estaríamos ellas y yo en un zoológico o en un ambiente no trastornado por el hombre. Pero yo no distinguiría el sitio, y hasta ese momento sería únicamente mis cuatro pintorescas narices, olfateando en vano, desasidas de cabeza reconocible. Yo consistiría, hasta entonces, en una pura memoria guiñolesca, afanándose por recuperarme. Sería, claro, una sustancia en su propia procura.
Nunca soñé con algo rubio gelatinoso aposentado sobre un punto cardinal. Ni me soñé punto cardinal sobre el que se aposentara determinada o indeterminada gelatinosa rubiedad.
Nunca soñé con escaleras derritiéndose sobre un valle de incienso. Dos mil ochocientos peldaños, sumando las sesenta y seis escaleras de fibra. Incienso que cubre todo el valle al que pertenezco desde mi primer sueño anotado en un cuaderno infantil. No estaría allí como ninguna de mis presencias mensurables. Y sin embargo, me brindaría a derretirme.
Nunca soñé con hexágonos de piel humana impidiéndome apoderarme de la gracia. Es poco no haber soñado nunca con la gracia apoderada impidiéndome la humana piel de los hexágonos.
Nunca soñé con el antojadizo poder de cristalizar, seccionar y envasar un crepúsculo. Y darlo a consumir sin reparos. Antojo de consumición.
Nunca soñé con un espejismo, ni cóncavo ni convexo. Espejismo con el que hubiera podido restituírseme la gobernabilidad de mis sueños.

Rolando Revagliatti-Bs As

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Todo pasa y todo queda
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo camino,
camino sobre la mar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás,
se ve la senda que un día,
se ha de volver a pisar”
-Joan Manuel Serrat-

Caminante . . . No hay camino”

Por montañas y ríos, caminar sin camino,
sin saber tan siquiera, si es que vienes o vas . . .
sin pensar que se esconde tras ignoto destino,
sin saber que hay delante, ni que dejas detrás.
Y clavado en el pecho un recuerdo dormido,
muy callado . . . sereno . . . sin querer despertar
y seguir caminando, caminar sin camino
con dolor en el alma que no se ha de borrar.
Los zapatos gastados y los pies entumidos,
escalar una cima que no puedo alcanzar . . .
caer resignado con el tiempo perdido
y pensar solamente en marchar y marchar.
Y después la distancia que separa destinos:
me cansé de buscarte, no te pude encontrar,
que me lleve el aroma de una copa de vino,
que me arrastren las olas, y me pierda en el mar . . .
Que en la espuma reencuentre mi sonrisa de niño,
que me quede en el tiempo de tu dulce mirar
y seguir caminando desafiando el olvido
peregrinar trashumante, empedernido, al azar.
Que me lleven los pasos por oscuros designios
sin saber tan siquiera, si es que vienes o vas,
sin pensar qué se esconde tras ignoto destino,
sin saber que hay delante, ni qué dejas atrás . . .

Bien lo dijo Serrat al cantarle al camino:
el camino no existe . . . ¡Se hace sólo al andar!

DelsioEvarGamboa-Laborde

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EL POTRILLO (Relato)


Esa noche, nuestros padres nos encerraron a los cuatro hermanos en la cocina, para que no viéramos nacer al potrillo que tanto habíamos esperado, en silencio compartido.

Éramos una familia numerosa, vivíamos en las afueras de la cuidad, en una casa chica pero con un patio de tierra enorme, en cuyo fondo, se levantaba un cobertizo que servía de resguardo a la yegua, que de día, arrastraba la jardinera que iba de un lugar a otro para repartir el pan, guiada por mi padre.
Un lunes, se dejó de atar la yegua a la jardinera. Tuvimos mucho tiempo para mirarla.
Cuatro cabezas, tras el alambrado romboideo, escudriñaban todo lo referente a ella. Nos llamaba la atención la panza abultada, que se movía sola, y el nerviosismo que mostraba el animal. Sus ojos nos miraban agrandados y tristones. Por debajo de la cola veíamos un moco blanquecino que se deslizaba por las patas traseras.
Una noche, en que nos encontrábamos en plena cena, oímos un ruido seguido de un quejido; mi padre fue a ver qué ocurría; salió y entró de inmediato; le habló al oído a mi madre. Ella nos dijo que siguiéramos con nuestra comida, y se fue a buscar un farol. Cerraron con llave la puerta desde afuera. Presentíamos mucho, pero no veíamos nada. El mayor de mis hermanos, ocho años, del que descendía la cadena con menos de dos de diferencia entre cada uno, trepó a una silla y espió por una ventanilla.
-Están en el cobertizo con la yegua- no dijo.
Pero se ve que mi madre lo vio porque corrió a poner una bolsa para tapar. Hubiéramos querido estar junto a ellos para ver lo que todos presentíamos pero no nos animábamos a decir- En ese tiempo, todo era prohibido... hasta los milagros.
Sentíamos barullo y la curiosidad nos atenaceaba. El alboroto era más intenso adentro, que afuera. Después de mucho esperar, entró mi madre y nos dijo que la yegua había tenido un potrillo, que ya lo podíamos ir a ver, pero que no la molestáramos.
La alegría que experimentamos en ese momento fue incalculable. Ocho ojos miraban por entre los alambres, a un endeble animalito que intentaba incorporarse en sus cuatro patas, mientras la yegua lo lamía. Lo vimos trastabillar varias veces, hasta que pudo enderezarse y prenderse de la teta de la madre. En mi memoria, lo veo, rojizo, patudo, flaquito, débil, mojado... nada de: “Todo de algodón”...
Mi hermano mayor lo bautizó Ñato ¡Cómo lo quisimos! Era nuestro orgullo y nuestra mascota. Él mismo le daba la mamadera de la tarde ¡Cómo lo envidiábamos!
Después de tantos años, pienso en cuál sería el pecado en el que cuatro criaturas tuvieran la alegría y la oportunidad de presenciar el milagro de nacer...



Edda Ottonieri de Maggi-Marcos Juarez- Cba

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REQUERIMIENTO


Aún cuando la última

ilusión se aletargue en

los pliegues de tu sonrisa

esfuérzate y respira.

El sol volverá

mañana a iluminar

tibiamente el día

no dejes de respirar.

Entorna los párpados,

descansa, lucha , sueña,

la vida espera

aún no está vencida.
.
Extenderá su mano

para que tú la aferres

y…paso a paso

en esperanzada lentitud,

la ilusión despertará

entre las sábanas húmedas

de tus rugosos labios,

jubilosa, bella, íntegra.

No te entregues
.
amanecerán nuevos soles

embriagados de brisa,

respira amor, respira.

Marisabel Clausen-Gral roca-Cba

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